Todos nos hemos sentido identificados alguna vez con Bridget Jones y el que diga que no, miente vilmente. Aunque tengamos más o menos años, más o menos frentes amorosos abiertos o más o menos kilos de más, es inevitable que no hayamos empatizado en ciertos puntos de nuestra vida con la torpe de Bridget.
Lo que Bridget debería haber sabido
La obesión de Jones por perder peso puede que alguna vez haya sido también la nuestra y de hecho lo fue de la actriz que la encarnaba, Renée Zellweger, que tuvo que engordar 11 kilos para la película y después perderlos para poder volver a entrar en los límites del normopeso.
Su recuperación física no hubiera sido posible sin la ayuda de un especialista en nutrición, que marcó unas pautas para que la actriz perdiera el peso justo sin extraviar por el camino ni un gramo de masa muscular.
¡Ay si Bridget hubiera dejado de esperar un milagro y se hubiera puesto en manos de una dieta de proteínas tutelada! Probablemente hubiera aprendido que con esta dieta hubiera mantenido una alimentación equilibrada basada en la potenciación de nutrientes y la ingesta de alimentos altos en fibra para favorecer el tránsito intestinal, que con menos grasas y carbohidratos se vive mejor y que la reeducación alimenticia supervisada por un profe de lujo, el nutricionista, hubieran resultado en esa Bridget que tanto ansiaba ver en el espejo.
¡Ah! Y también podría haber disuadido a sus amigos en ese empeño por conocer gente nueva. Y no, no hacía falta solucionarlo a golpe de Tinder, sino en un parque con media horilla diaria de entrenamiento… ¡y que viva el deporte que nos hace sociabilizar! o que nos hace estar sanos, solteros y sentirnos a gusto con nosotros mismos, que con eso, es suficiente.